El relato que nunca escribí

Covid19

Hace tres años anoté el esbozo de lo que pretendía ser el germen de un relato que nunca llegué a escribir. Suele pasar. Son muchas las ideas que surcan la mente de cualquier escritor. De hecho, hay decenas que se van quedando por el camino, anotadas en esas pequeñas libretas que siempre tenemos a mano, muchas de ellas a medio rellenar.

Nosotros mismos nos sorprendemos cuando pasa el tiempo y las abrimos. En sus hojas nos asaltan frases, dibujos y fragmentos de ideas que demandan de nuevo que te ocupes de ellas. «¿Cuándo es mi turno?» asemejan decir.

Algo así me ha sucedido estos días y el texto que me he encontrado en una de esas libretas me ha desconcertado por completo.

Antes de mí otros autores abordaron el tema y otros cineastas lo rodaron con sumo éxito. Pero valga de antemano decir que los creadores no somos visionarios o adivinos; únicamente somos personas que observan, que escuchan, que atienden y luego vuelcan todo eso de lo que se nutren en sus ficciones.

No. Mi idea no era original ni nueva ni nada parecido. Después de todo, hace lustros que los científicos alertan de lo que está pasando estos días. Algunos los escuchábamos y leíamos con sumo interés. Otros los ignoraban, consciente o inconscientemente, aunque había más de lo primero que de lo segundo.

De tal modo, en estos tiempos de pandemia, pemitidme compartir con vosotros las líneas del relato que no escribí, porque leerlas ahora cobra otro sentido:

La gente siempre había creído que el fin del mundo sobrevendría por una explosión nuclear, pero se equivocaban. Fueron los virus.

La población se vio diezmada durante un par de generaciones sin que hubiera sido necesaria otra guerra mundial, con sus combates cuerpo a cuerpo, con sus misiles y bombardeos, con sus asedios, con sus torturas, con sus genocidios. No obstante, estos no desaparecieron. Se sucedieron mayoritariamente en las zonas del globo donde habitaban los más desfavorecidos, donde las más crueles injusticias ya formaban parte de su forma de vida antes de que ningún cambio se produjera.

Sin embargo, en los países en los que habitaban aquellos que se creían afortunados, con esos aires de superioridad frente a otros colores de piel, esos países que se llamaban «el primer mundo», la enfermedad fue suficiente para arrasarlo todo y sembrar el caos antes de inundar las calles de silencio.

Cierto es que para referirse a aquel tiempo lejano, ahora hablamos de la Tercera Guerra, pero fue tan distinta a las otras que, al final, todos fuimos víctimas de un único enemigo.

Quizás algún día cuente esta historia.

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