Artículo original publicado en La Sombra de Alfred el 28 de julio de 2016.
Cuando uno lee Rebeca, la famosa novela de Daphne du Maurier, termina con la sensación de que la mansión donde se desarrolla la historia es un personaje más en una trama repleta de claroscuros.
No está de más recordar que, cuando Alfred Hitchcock llevó la obra a la gran pantalla decidió rodarla en blanco y negro para evocar ese matiz gótico que destilan sus páginas. Seguramente por eso, la elección de las localizaciones para rodarla no debió ser fácil.
Rebeca (1940) fue la única de las creaciones del director inglés en alzarse con el Oscar a la mejor película. La mayor parte de su rodaje fue realizada en estudio, algo por lo demás normal en aquella época, salvo ciertas secuencias de exterior que se tomaron en California.
Du Maurier se inspiró en la mansión Menabilly, sita en Cornwall, al sur de Inglaterra, para recrear Manderley, así como en Milton Hall, en Peterborough; pero el edificio que vemos en la película fue una recreación realizada en los estudios Selznick, en el mismo lugar que se rodó Lo que el viento se llevó (Gone with the Wind, 1939). Hitchcock ordenó fotografiar numerosas mansiones inglesas, incluida Milton Hall, para captar la esencia de las mismas y poder plasmarlas en pantalla, aunque el resultado final fue algo más victoriano y fantasmagórico que la inspiración original de la que se sirvió la escritora.
Los acantilados de Monte Carlo, donde se conoce la pareja protagonista, fueron filmados en Point Lobos State Reserve, un parque natural protegido que es considerado, en California, la joya de la corona, y en el que han sido rodadas, entre otras, películas como La isla del Tesoro (Treasure Island, 1934), Salome, Where She Danced (1944), El graduado (The Graduate, 1967) y Cita a ciegas (Blind Date, 1987). El equipo de producción dañó numerosos cipreses durante el rodaje, y se cuenta que la población consideró justicia poética que muchos de ellos tuvieran que ser hospitalizados por haberse intoxicado con hiedra y roble venenosos.
Así, quien quiera y pueda escaparse a la costa californiana y a la campiña inglesa podrá imaginar por aquellos lugares a Maxim de Winter, los demás siempre podemos soñar esta noche que regresamos a Manderley.
Buen viaje.
FUENTES: Point Lobos Foundation, The Prague Revue